Fiesta del Titular de la Iglesia Parroquial de El Toboso, San Antonio Abad
Desde el siglo XVI, el templo parroquial está dedicado al que fue primer monje cristiano, fundador del movimento eremítico.
■ InfoParroquia/EL TOBOSO.- Este domingo día 16, la Parroquia de El Toboso celebrará una solemne función eucarística en honor de San Antonio Abad, titular del actual templo, denominado también como la Catedral de La Mancha. La Eucaristía solemne tendrá lugar a las 12:00 del medio día, seguidamente se efectuará la bendición de animales y procesión por las callejas que custodian la parroquia, para cumplir con las tres vueltas tradicionales. El acto finalizará con la tradicional rifa del guarro de San Antón.
Historia
Al fundarse la población de El Toboso en 1278, inmediatamente la Orden de Caballería de Santiago de la Espada levantó un antiguo edificio religioso, del que aún se conservan algunos vestigios. Esta edificación sirvió a modo de primera iglesia sobre la cual se erigió la primitiva Parroquia de El Toboso bajo la advocación de Nuestra Señora de las Angustias.
Nada sabemos de su trayectoria a lo largo de los siglos XIV y XV, pero todo hace suponer que los Santiaguistas realizaron a conciencia una ardua labor pastoral y religiosa. Sí que tenemos noticia de la providencia de descomponer esta antigua iglesia para levantar la actual Iglesia Parroquial a partir de 1511. Además, con el alzado del nuevo templo, la Parroquia fue confiada a la advocación y titularidad de San Antonio Abad.
Todo hace suponer que el cambio de titularidad se debe al detalle de consideración que los santiaguistas quisieron tener con un pequeño capítulo de clérigos dedicados a la asistencia de pobres y menesterosos cuyo patrón fue San Antonio Abad, y que debieron expandirse por La Mancha santiaguista en el último tercio del siglo XIV, procedentes de Sevilla. Aquella minúscula orden utilizó como simbología y distintito la cruz griega TAU, visiblemente repartida por toda la Iglesia Parroquia de El Toboso.
San Antón
(De la vida de San Anton escrita por el Obispo San Antaniaso, capitulos 2-4)
Cuando murieron sus padres, Antonio tenía unos dieciocho o veinte años, y quedó él solo con su única hermana, pequeña aún, teniendo que encargarse de la casa y del cuidado de su hermana.
Habían transcurrido apenas seis meses de la muerte de sus padres, cuando un día en que se dirigía, según costumbre, a la iglesia, iba pensando en su interior «los apóstoles lo habían dejado todo para seguir al Salvador, y cómo, según narran los Hechos de los apóstoles, muchos vendían sus posesiones y ponían el precio de venta a los pies de los apóstoles para que lo repartieran entre los pobres; pensaba también en la magnitud de la esperanza que para éstos estaba reservada en el cielo; imbuido de estos pensamientos, entró en la iglesia, y dio la casualidad de que en aquel momento estaban leyendo aquellas palabras del Señor en el Evangelio: Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego vente conmigo».
Entonces Antonio, como si Dios le hubiese infundido el recuerdo de lo que habían hecho los santos y con aquellas palabras hubiesen sido leídas especialmente para él, salió en seguida de la iglesia e hizo donación a los aldeanos de las posesiones heredadas de sus padres (tenía trescientas parcelas fértiles y muy hermosas), con el fin de evitar toda inquietud para sí y para su hermana. Vendió también todos sus bienes muebles y repartió entre los pobres la considerable cantidad resultante de esta venta, reservando sólo una pequeña parte para su hermana.
Habiendo vuelto a entrar en la iglesia, oyó aquellas palabras del Señor en el Evangelio: «No os agobiéis por el mañana».
Saliendo otra vez, dio a los necesitados incluso lo poco que se había reservado, ya que no soportaba que quedase su poder ni la más mínima cantidad. Encomendó su hermana a unas vírgenes que él sabía eran de confianza y cuidó de que recibiese una conveniente educación; en cuanto a él, a partir de entonces, libre ya de cuidados ajenos, emprendió en frente de su misma casa una vida de ascetismo y de intensa mortificación.
Trabajaba con sus propias manos, ya que conocía aquella afirmación de la Escritura: El que no trabaja que no coma; lo que ganaba con su trabajo lo destinaba parte a su propio sustento, parte a los pobres.
Oraba con mucha frecuencia, ya que había aprendido que es necesario retirarse para ser constantes en orar: en efecto, ponía tanta atención en la lectura, que retenía todo lo que había leído, hasta tal punto que llego un momento en que su memoria suplía los libros.
Todos los habitantes del lugar, y todos los hombres honrados, cuya compañía frecuentaba, al ver su conducta, lo llamaban amigo de Dios; y todos lo amaban como a un hijo o como a un hermano.
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